Sólo el saber que mi primer apellido tiene forma (dibujé una mesa) y mi segundo podía convertirse en un jeroglífico (Churruca, que derivó en "Eva Mesa Churro"), les pareció de lo más excitante y abrió la posibilidad de trabajar con un grupo plenamente entregado.
Cada mañana traía una caja-baúl "mágica", que sólo si se concentraban mucho podría ser abierta. En ella aparecían elementos que nos podrían servir para empezar a trabajar diferentes cuestiones.
Pusimos una guirnalda de luces de colores en el suelo (estilo teatral) y cada científico tenía que captar el interés de su público explicando qué habíamos aprendido.
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